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Su mamá era empleada doméstica, trabajó de albañil y pudo cumplir su sueño de ser médico

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En el mismo hospital público donde nació aquel 16 de abril de 1998, Víctor Núñez (24) recorre los pasillos, ahora como médico. Va y viene con su ambo verde y la gratitud de siempre.

La residencia en Clínica Médica que desarrolla desde que obtuvo su título de médico, este año, casi no le deja tiempo libre. El hospital “Luis Carlos Lagomaggiore”, situado en la ciudad de Mendoza y principal centro de maternidad pública recibe un caudal de pacientes de todo el país.

Tal vez porque es consciente de los obstáculos que atravesó hasta llegar a este presente, Víctor no se cansa de agradecer: le agradece a la vida, a Claudia, su mamá, y especialmente al Fondo de Becas de Mendoza (Fonbec) una fundación que lo apoyó durante toda su carrera y lo apuntaló para lograr el título que siempre había soñado pero que veía lejano.

Oriundo de Godoy Cruz, nació y se crió en el seno de una humilde familia del barrio Corredor Urbano 1. Tenía 9 años –y tres hermanos más, todos muy pequeños– cuando su papá, que era carpintero y sostén de hogar, murió de manera repentina. Fue su mamá, que empezó enseguida a trabajar como empleada doméstica, quien tomó las riendas de la casa.

Víctor con sus compañeros de residencia en MendozaVíctor con sus compañeros de residencia en Mendoza

El dinero no alcanzaba. Fue así que, poco después, Víctor también salió a buscar changas, al menos las que su edad le permitiera para colaborar en la familia. Buscó y encontró trabajo limpiando jardines. También se metió en el mundo de la construcción, que siempre requiere de mano de obra. Tenía 14 años y era ayudante de albañil.

Su gran capacidad y sus objetivos siempre firmes –porque jamás pensó en abandonar el estudio– lo llevaron a ingresar a una escuela secundaria dependiente de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo), donde entró por su buen promedio. Así, comenzó a soñar en grande y a pensar en un futuro como médico. Pero, claro, sabía que no podía dejar de trabajar y allí comenzó la odisea.

“Recuerdo nítida una tarde cuando mi mamá se sentó conmigo y me habló claro. Me dijo que, como sea, lo íbamos a lograr. Hoy ella sigue siendo un gran pilar en mi vida y la persona más feliz a la hora de verme realizado”, resume, durante un “recreo” en la sala de espera del hospital, mientras la gente va y viene por los pasillos de esa “mole” situada en la calle Timoteo Gordillo de Ciudad.

El “doctor Núñez”, de grandes anteojos negros y sonrisa pegada a la cara, sigue repasando su historia con orgullo y satisfacción mientras reconoce que los momentos más difíciles fueron, paradójicamente, los que más lo impulsaron a seguir adelante.

Víctor junto a una de sus madrinas que le dieron la chance de poder estudiar medicinaVíctor junto a una de sus madrinas que le dieron la chance de poder estudiar medicina

“Había que salir a trabajar, pero eso no me amedrentaba. En el fondo sabía que todo iba a darse más allá del cansancio, del estrés, de la tristeza que sentí en muchísimas ocasiones…”, evoca Víctor.

Fue así que ingresó a la Facultad de Medicina prematuramente (a los 17 años) y egresó con su título de la misma manera: a los 23. En tiempo y forma, sin perder un segundo.

La fundación Fonbec, que tiene varias sedes en el país, posibilita que estudiantes destacados continúen sus estudios evitando la deserción por faltas de medios económicos. Dicha fundación, precisamente, resultó clave durante toda su carrera.

“Funciona con padrinos que destinan un dinero mensual para cada ahijado. He tenido hasta cinco padrinos a la vez. A muchos de ellos los conocí personalmente y aún sigo en contacto. Sin esa ayuda económica no hubiese llegado a la meta porque, más allá de que la universidad es pública, los gastos de transporte, fotocopias, comida y libros son muchísimos y cuando la cursada se hacía en los hospitales transcurría allí prácticamente todo el día”, recuerda Víctor sobre su época de estudiante.

“La brecha de la que tantos suelen hablar -advierte Víctor- se acorta con estudio. Siempre fui muy consciente del objetivo y de que día a día me estaba acercando. Si bien algunas veces sentí un gran agotamiento, hoy me doy cuenta de que, definitivamente, me sirvió para hacerme más fuerte”.

Una selfie de Víctor ya como médico residenteUna selfie de Víctor ya como médico residente

Para complementar la suma mensual que iba recibiendo desde Fonbec (entidad que siguió de cerca, rigurosamente, sus calificaciones y su asistencia a la facultad), Víctor inició un curso de programación con el claro objetivo de trabajar para solventar gastos durante la carrera.

Siempre le gustó el mundo de la informática y, además, representaba otra manera de percibir un ingreso durante su extenso camino universitario. Fue así que, durante esos seis años, se dedicó al servicio técnico de computadoras.

“Fue otra etapa muy demandante porque la facultad no deja demasiado margen y muchas veces este trabajo requería acudir a los domicilios. Reparar computadoras también lleva su tiempo. Me debatía entre el trabajo y el estudio, pero nunca dejé de priorizar lo primero, la meta final”, recalca Núñez.

Por eso Víctor suele hacer hincapié, una y otra vez, en la importancia de la disciplina. “A mí me dio resultado”, señala, para contar que se convirtió en el primer profesional de la familia. Con el tiempo y, especialmente, con muchísimo sacrificio y tesón, toda la familia Núñez logró salir adelante.

Hoy Víctor está en pareja con Azul, estudiante de Ciencias de la Computación, con quien decidió mudarse a la capital mendocina, cerca del hospital, donde transcurre gran parte de su vida: concretamente, de lunes a sábado, además de algún domingo, cuando debe cumplir con sus guardias.

Hoy Víctor está en pareja con Azul, estudiante de Ciencias de la Computación, con quien decidió mudarse a la capital mendocina, cerca del hospital, donde transcurre gran parte de su vidaHoy Víctor está en pareja con Azul, estudiante de Ciencias de la Computación, con quien decidió mudarse a la capital mendocina, cerca del hospital, donde transcurre gran parte de su vida

Cuenta que su mamá ya dejó de trabajar como empleada en casas de familia y pudo abrir una despensa en su domicilio de Godoy Cruz, mientras que todos sus hermanos, Sergio, Julieta y Valentina, si bien no pudieron continuar con sus carreras universitarias, tienen empleo y lograron independizarse. En definitiva, todos salieron adelante.

Poco antes de rendir el final integral, oral y escrito de Medicina, el pasado 24 de febrero de 2022, Víctor realizó una experiencia inolvidable en La Viña, una humilde localidad rural situada a unos 90 kilómetros de Salta capital. Fue un viaje comunitario donde trabajó duro en pos de personas en estado de vulnerabilidad, sin viviendas o enfermas. “Fue una experiencia enriquecedora y maravillosa que aportó mucho a mi cabeza y, especialmente, a mi carrera”, reconoce el joven.

Sin embargo, aquel viaje contó con un ingrediente especial: se reencontró con Facundo Garaoya, ingeniero mecánico cordobés que en 2011 tuvo la brillante idea de crear Fonbec. “La fundación está presente en 15 ciudades argentinas, actuando en escuelas y brindando apoyo a más de 2 mil estudiantes de nivel primario, secundario, terciario y universitario que necesitan esa ayuda”, recuerda.

De todos modos, el joven médico menciona a Graciela Sánz, representante de la sede Mendoza, como la persona que nunca le soltó la mano y lo siguió de cerca con cariño y contención.

La fundación civil sin fines de lucro selecciona a estudiantes de bajos recursos socioeconómicos que tengan buenas notas y compromiso académico, y los vincula con padrinos, es decir, donantes particulares, personas/empresas que tienen el interés afectivo y la capacidad económica de estimular su esfuerzo a través de un aporte socio-económico, generando las condiciones necesarias para que no interrumpan sus estudios. Además de la eterna gratitud hacia Fonbec, Víctor valoró la oportunidad de cursar en la Universidad Nacional de Cuyo.

“Le debo todo a esta universidad que tiene un nivel excelente y calidad de enseñanza. Pude sortear la carrera sin inconvenientes, aunque, claro, volcando todo el esfuerzo del mundo, porque cuando los recursos escasean todo se hace cuesta arriba. Así y todo, vale la pena”, sostiene.

Vuelve a estos días vertiginosos, típicos de fin de año y plagados de pacientes que acuden al servicio público en busca de una solución para su salud. La mayoría, sin cobertura médica ni recursos económicos. “Muchas veces me siento identificado. Yo mismo he pasado situaciones similares, por eso entiendo a cada paciente y me pongo en el lugar de cada protagonista de esas historias de vida”, explica.

Víctor nació en este mismo hospital porque sus padres no podían pagar una clínica privada. El lo sabe y, por eso, si algo le sobra, es justamente empatía.

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