Desde las PASO del 11 de junio, Mendoza comenzó a discutir su futuro inmediato y el de los próximos cuatro años. Y hacia fines de setiembre, en poco más de un mes, el 24, un poco menos de 1 millón y medio de sus habitantes estarán en condiciones de elegir el próximo gobernador. El 2023 se está convirtiendo, como pocos, en un año clave y bisagra de características extraordinarias para el país. También, para Mendoza.
E, independientemente de la discusión nacional de hacia dónde virará la Argentina desde diciembre en adelante –de acuerdo con el modelo de conducción que se elija, entre lo que tenemos hoy o una salida de centro-derecha o de derecha, ambas con apertura al mundo y con el ojo puesto en la estabilización de la economía– la provincia se encuentra, cuanto menos, ante la obligación de dirigir una mirada hacia sí misma, a autoanalizarse y repasar lo que ha logrado por sus propios medios durante los últimos diez años –por tomar un número de tiempo indistinto–, y confirmar el deterioro que la ha envuelto. No importa quién pueda gobernar el país, quién lo ha gobernado o quién lo gobierna, porque el funcionamiento de la macroeconomía, sin dejar de tener en cuenta que de su marcha depende el país nada más y nada menos, pareciera que ha sido tomado como la razón de todos los males. Y no necesariamente pudo haber sido así.
Y, en todo caso, si la macroeconomía venidera no mejora o no llegase a encontrar una alternativa válida de salvación, bien vale preguntarse si Mendoza aceptará seguir enganchada a ese tren del que forma parte sin probar, siquiera, hacer algo en beneficio propio. Muchos creen ver que, pese a esa visión que esconde en alguna medida cierta posición de comodidad frente a lo que sucede, más allá de tener una actitud crítica frente a la mala praxis del Gobierno nacional, tiene posibilidades de mejorar en algo o en parte la situación de deterioro que la rodea y la sigue conduciendo hacia el ostracismo económico.
Uno de los problemas que tiene la provincia es que la dirigencia, y en esto ninguna de las fuerzas parece sacarse alguna ventaja, le está prestando atención a ese fenómeno. Se descansa en el hecho de que, como Mendoza tiene una economía diversificada pero sujeta a los movimientos de la política monetaria nacional, o de la inflación, o de la carga impositiva, o de alguna que otra retención o derecho de exportación que influye en su competitividad, o de los cepos, o en esa mirada oscura que tiene el Gobierno nacional sobre el mundo moderno sumado al rechazo –por pura ideología y falsas posiciones de autoprotección– de ser parte del concierto de naciones que discuten hacia dónde va el planeta, que por todo eso y mucho más –es lo que se dice siempre y cada vez más seguido–, no se crece y no se crecerá nunca.
Mendoza debe darse la oportunidad de probar otros horizontes, explorar otros territorios cercanos a fronteras adentro. Lo que viene es inquietante, lleno de expectativas y sujeto a las posibilidades de desarrollo y crecimiento en diferentes sectores. El punto es que el nuevo gobierno los tendría que tener en cuenta. Sectores como el tecnológico, el de las energías sustentables y el de nuevas fuentes de riqueza del área de la producción.
Todavía circula en algunos grupos informados de la economía provincial aquel informe económico de la CEPAL, de fines del 2021, que al analizar el crecimiento de los Estados subnacionales respecto de su Producto Bruto Geográfico (PBG) ubicó a Mendoza entre las que menos lo hicieron entre todas.
El estudio tomó el año 2004 como punto de partida y si bien tuvo en cuenta la inversión del Estado nacional en las provincias, porque en ese trabajo apareció Santiago del Estero como la primera en el ranking con un crecimiento de 96 por ciento luego de la construcción del Estadio Único Madres de Ciudades, y a sabiendas de que Mendoza fue decididamente perjudicada en ese sentido, igualmente le adosó otros indicadores vinculados con las salidas propias que cada una de las provincias encontró para producir riqueza. En el estudio, la Provincia quedó en el fondo de la tabla: sin contar a Catamarca, que vio cómo su economía retrocedió, achicándose 11 por ciento, Mendoza, con 18 por ciento de crecimiento, sólo logró superar a Santa Cruz, que vio aumentar su economía 11 por ciento. El promedio nacional estuvo a lo largo de la muestra en el 39 por ciento. Chubut, La Rioja, Neuquén, la CABA, Santa Fe y San Luis también se movieron por debajo del promedio nacional, pero todas con mejor desempeño que Mendoza. El resto de los Estados subnacionales se movieron por arriba del promedio nacional, como San Juan, Córdoba, Buenos Aires y Río Negro, por ejemplo.
Por supuesto que se dependerá de lo que ocurra en el país y en su economía para ver lo que termine sucediendo en Mendoza. Pero también se deberá prestar atención a un plan de acción propio, local, con la mirada puesta en su política impositiva, básicamente, con un programa de incentivos más agresivo que animen a las inversiones y una postura más creativa sobre sectores a los que hoy ni siquiera se los tiene en la mira, más allá de los que, su sola mención, provoca urticaria en toda la
dirigencia.
